Paweł Smoleński | jardín de las esculturas, jardín del amor

El Rey junto a Juan Soriano, en la entrega del premio VelázquezA Owczarnia llegan a veces grupos de niños. Marek reparte papel y lápices de colores y los niños dibujan las esculturas de Juan Soriano. Algún día los dibujos formarán una exposición

La figura más grande en aquella fotografía es la de Juan Carlos. Pero no tenemos la menor duda que la fotografía fue tomada no sólo en consideración al rey de España. Quien es más importante aquí es un hombre bajo, frágil, canoso. Es Juan Soriano, escultor y pintor; sus obras están en los museos más grandes de todos los continentes. El monarca le tiende el brazo; casi físicamente percibimos la admiración y el respeto con los cuales auxilia al artista de edad ya avanzada. El rey y el escultor fueron fotografiados durante la entrega del Premio Velázquez, el más importante que España otorga en la categoría de bellas artes.

Si hurgamos los archivos – tanto los privados como los públicos – encontraremos también otras fotografías. Los cuartos del departamento en París (en un notable desorden artístico, pero también con el aire de una cabaña) y el patio de la casa en México (una palmera y unas arbustivas higueras). Ciudades en Estados Unidos e Italia. Una playa en algún lugar de México, Guadalajara, Monterrey. Una calle de Varsovia, China, Corea. Casi todo el mundo se refleja en estas fotografías.

Miramos unas fotografías tomadas por torpes aficionados y otras por grandes artistas (están en las colecciones de reconocidas galerías). Recuerdos de reuniones de amigos y retratos oficiales con presidentes y primeros ministros, con artistas, escritores, con los ganadores del Premio Nobel. Fotografías tomadas en grandes salones y en la intimidad del hogar. Aparte de los retratos de Juan Soriano veremos los de Marek Keller.

Owczarnia, un pueblo cerca de Varsovia rodeado por bosques, con campos cubiertos de mala hierba, caminos llenos de baches y casas más bien modestas. Hasta la primera guerra mundial en los límites del pueblo se hallaba una mansión (o tal vez un pequeño palacio) en medio de un parque. Todo lo que queda de la propiedad es la casa del administrador, heniles arruinados, matorrales, ortigas, estanques cubiertos de hierbas y unos árboles inscritos en el registro de los monumentos de la naturaleza.

Hace unos años Marek Keller – justo en aquel entonces había decidido regresar a vivir en Polonia – dijo durante alguna cena que soñaba con un lugar tranquilo cerca de Varsovia. La elección recayó sobre el descuidado y ortigal pueblo de Owczarnia.

Owczarnia hoy: los senderos del parque cubiertos con grava blanca, estanques limpios, la casa del administrador renovada y el henil blanqueado con un nuevo techo de cristal. Aparentemente una residencia ordinaria como numerosas otras propiedades alrededor de Varsovia.

Y sin embargo es un lugar extraordinario. Bajo tilos viejos se encuentran esculturas de varios metros de altura que no encontraremos no solamente en el paisaje de la provincia de Mazowsze. Es una vista más bien singular, especialmente cuando está nevando. Gorros blancos cubren los pechos descubiertos llenos como toronjas de la sirena. O las cabezas de unos pájaros enormes que parecen haber salido de los bajo relieves aztecas, pero también modernas a su manera y por lo tanto aún más asombrosas; como “El nacimiento del pájaro”. Marek le explicaba a Juan como a un niño, que los pájaros salen del huevo. Y Juan le respondía que en su opinión así llegan al mundo solamente las gallinas comunes.

A propósito – hay también una escultura de gallina. Con huevos marrones escondidos en el vientre abierto.

En el henil hay figuras más pequeñas que en vez de pedestales descansan sobre cajas de madera en las cuales llegaron desde México. En las paredes hay enormes fotografías de las esculturas monumentales de más de diez metros que se encuentran frente a los principales edificios en las ciudades más importantes de México.

– No sé si a Juan le gustaría este parque – dice Marek Keller – Pero sentí que se lo debía, que quería yo un parque y una galería así.

– ¿Por qué lo hace? – le pregunté.

­- Por amistad. Para que Juan tenga su propio pedazo de Polonia.

No existe tal parque ni tal henil en ninguna parte fuera de Owczarnia.

Marek Keller sale de Polonia a principios de los años setenta. Lleva consigo un puñado de recuerdos. Parecen triviales, pero – cuando haya regresado – se habrán convertido en los más entrañables.

De Piaseczno uno viajaba a Varsovia en un tren ligero. Los vagones se calentaban en el invierno gracias a unos calentadores especiales. En el barrio de Mokotów, donde hoy se encuentra la estación del metro, estaba la Estación Sur del ferrocarril. Un poco más lejos – donde ahora está una torre elegante de oficinas y una gasolinera de un consorcio occidental – antes estaba la central de autobuses. Los autobuses parecían pepinos abombados.

El boleto costaba… Dios, ¿Cuánto costaba? Lo que costaba – está claro – una bola de helado. Alguna vez Marek escogió el helado en vez del boleto, pero de inmediato apareció un revisor, luego un policía y poco después Marek estaba en la comisaría de la estación. Lo salvó la instructora del piano. Jamás lo delató ante sus padres.

Recuerdos del servicio militar – el grupo artístico en Lidzbark Warminski. Unos salones decorados con los retratos de los oficiales del partido, algunos casinos de la guarnición. Espantosos, pero gracias al grupo artístico es más fácil resistir la estupidez y las vejaciones cotidianas.

Una muchacha del conjunto musical. Canta bonito. Es todo.

Después, el Conjunto Artístico del Ejército de Polonia; otro nivel, otras exigencias. Todavía con el uniforme Marek pasa los exámenes para la compañía de danza folklórica Mazowsze.

Con Mazowsze recorre media Europa. No huye, porque probablemente es uno de los que no quieren causar problemas a los demás. Recibe el pasaporte para un viaje privado a Francia, luego a Estados Unidos. Sale con un propósito típico para la mayoría de los polacos de Polonia – regresará cuando haya ganado dinero.

En la época del primer secretario del partido Edward Gierek pagó el primer plazo para un departamento, pero le gusta cada vez más la vida en el Oeste. Está de vuelta en París; traduce las solicitudes de los inmigrantes del Este que buscan asilo – político, por supuesto – para las embajadas de Estados Unidos, Australia o Canadá.

Pero en muchos casos no existe la menor razón para considerarlos refugiados políticos. Pero algunos son simplemente amables. Marek les explica a los funcionarios de migración: el muchacho, la muchacha son muy simpáticos, denles una oportunidad. Sabe convencer a la gente, los solicitantes reciben la visa y los funcionarios han sido sus amigos hasta ahora.

El consejero cultural de la embajada de México en París es Sergio Pitol, el escritor a quien Marek había conocido todavía en Varsovia. Después de todo es una embajada literaria; el jefe es Carlos Fuentes. Los dos están emocionados porque de Roma viene a París su amigo Juan Soriano. Desde Roma, porque estaba harto de México, y la masacre de los estudiantes en Tlatelolco en el 1968, justo antes de los juegos olímpicos, lo llenó de repugnancia y terror. Está planeando algunas litografías. Le lleva a Marek -quien no ha cumplido los treinta años todavía- más de un cuarto de siglo.

– Caminábamos incesantemente por las calles de París – recuerda Marek – ­y no dejábamos de conversar. Juan sería mi compañero por más de treinta años.

Ya sabemos que Marek le hablaba a Juan de los helados, los boletos, el servicio militar y el tren ligero de Piaseczno.

¿Y qué le contaba Juan?

Que prefiere a Matisse a Picasso, lo cual no es precisamente lo políticamente correcto.

Le hablaba de Guadalajara, una ciudad hermosa y sofocante, donde tras cortinas cerradas la gente cometía toda clase de pecados, traiciones y fechorías, al mismo tiempo guardando las apariencias tartufianas de una devoción ostensible, pues ¿qué pensaría la gente? Años después Juan diría que Guadalajara es la Cracovia mexicana. Solo las ancianas de Guadalajara – venerables, vestidas de negro – fumaban cigarrillos públicamente y tomaban tequila, porque ya les daba lo mismo.

Recordará también una fiesta en los tiempos cuando todavía tomaba y andaba de parranda. Estuvo allí un ex-presidente, por cierto general. Juan, ya borracho como una uva, pero a la vez un artista reconocido, se acercó al general y lo invitó a bailar. El general contestó que aquella pieza no la conocía. Consternación entre el séquito y los guardaespaldas del general; pero también muchas risas, fue una recepción divertida.

Le revelará también una singular obsesión tras muchas esculturas de Soriano. Cuando era niño – contaba – su padre le entregó una pistola. Le ordenó que apuntara y disparara; en Guadalajara incluso los niños debían ser machos. Por accidente Juan mató un pájaro. Estuvo enfermo varios días y por siempre se le quedaron grabados los vómitos terribles que sufrió. Nunca hablaron de ello, pero Marek tiene la certeza de que los pájaros – uno de los motivos principales en la obra de Juan – constituyen una forma de expiación por aquella muerte absurda.

En las calles de París Juan habla de sus hermanas; una tomaba demasiado. Sobre sus padres que participaron en la revolución mexicana. Sobre su madre que fue a la guerra porque amaba a su padre. Admite también que él mismo no comprende su éxito y duda de su talento. Marek, más joven por un cuarto de siglo, cuidaba en aquel momento de Juan.

Sí, estaban a gusto caminando y conversando en las calles de París. Muy a gusto.

Juan es distraído, desordenado, no de este mundo. Se pierde entre los detalles cotidianos, no se acuerda de las citas, se le olvida en cuál galería ha dejado su pintura o escultura.

Marek – todo lo contrario –. Es ordenado, puntual, preciso como el reloj en el comedor inglés.

Le informa a Soriano que se encargará de sus asuntos. Primero envía cartas a los marchantes – ¿Qué pasó con la pintura de Juan? ¿Dónde está el dinero? La primera reacción es ira. Pero pronto todos saben que Soriano tiene un enérgico representante.

Por fin llega dinero. Lo suficiente para comprar un departamento en París y después para una casa en México. El contacto con el país de Juan se recupera de algún modo y los amigos mexicanos lo reciben a Marek como a un hermano. Juan obtiene comisiones para esculturas monumentales que adornarán las plazas y los edificios públicos en la ciudad de México y Monterrey. Hablamos de cientos de miles de dólares.

Marek ya es un marchante reconocido. Juan se ríe que Marek compra sus esculturas en lugar de venderlas. Marek le contesta que artista  no debe ocuparse de la economía. Y desaparece en la cocina, pues le gusta cocinar.

En su departamento parisino los frecuenta Fuentes y otros escritores mexicanos. A menudo los visita Julio Cortázar. Marek prepara las cenas, mientras Juan discute con Cortázar por Fidel Castro; siempre ha sido de izquierdas, pero detestaba toda tiranía.

En París pueden respirar como quieren. No piensan en Polonia que todavía sigue siendo oprimida por el socialismo real. Les importa México – autoritario, obscurantista y católico. ¿Qué dirá México sobre Juan y Marek?

Parece obvio qué va a decir. En el museo nacional habrá una gran exposición de Juan. El director del museo a menudo está en París. Junto deciden los detalles.

La invitación oficial para la inauguración de la exposición es sólo para Juan. Soriano maldice, aunque no suele hacerlo. Envía una carta diciendo que tal invitación es repugnante y deshonrosa. Nunca se habían escondido con Marek y no están dispuestos a aceptar la afrenta.

Es menester hacer algo, la exposición de Soriano la va a inaugurar el propio presidente. Juan recibe una carta de la presidencia, que le informa que puede invitar a unos amigos de París. Obviamente a expensas del estado mexicano. ¿Quién necesita tal escándalo? El asunto se puede resolver silenciosamente.

Soriano se niega. Que el señor presidente corte el listón solo.

Tal vez alguien susurró algo y el susurro cobró su propia vida. Quizá alguien ridiculizó algo. El hecho es que jamás recibirían semejante invitación de nuevo.

Por fin visitaron Polonia. Estuvieron en Varsovia, Cracovia, vieron Częstochowa. Fueron a las montañas y al mar. Vieron las praderas llanas de Mazovia.

Juan se enamoró de Polonia y de sus tiendas vacías en las que tras los mostradores se hallaban hermosas, llenas como la Sirena de Owczarnia, tetonas, amohinadas muchachas rubias con ojos azules. Marek regresaba a casa. Con el orgullo que a Juan le gusta lo que él ama.

Soriano dibujaba paisajes polacos. Y – casi obsesivamente – los monumentos del príncipe Józef Poniatowski. Lo hacía a petición de Elena Poniatowska, la princesa roja – como le decían en México – y una escritora reconocida.

Octavio Paz le encargó unos dibujos para la revista Vuelta. Nació también un reportaje-historieta. Marek de nuevo se siente orgulloso que toda América Latina mira su país a través de los dibujos de su amigo.

Pero tiene un problema, ya que dejó que se le escapara el tiempo cuando Polonia recuperaba la independencia. Su sobrino estaba en la cárcel mientras él vivía en París entre los artistas – vino, ostras, un mundo fácil. Una subasta de arte en Nueva York; alguien vende un autógrafo de Chopin. Licitan polacos, pero les faltarán unos mil dólares y el autógrafo termina en manos ajenas. Marek estalla en furia.

Años después recibirá una carta de felicitación de la Asociación de Chopin de Varsovia según la cual su generosidad habría superado la de Artur Rubinstein. ¿Por qué? Porque se preguntaba a sí mismo si era un buen polaco. Porque tal vez no lo es.

En enero del 2006 Juan se sintió mal. Si uno tiene 86 años puede estar indispuesto. Fueron al hospital, Marek dormía en el mismo cuarto. A veces bajaba al vestíbulo del hospital para informar a los periodistas sobre el estado de la salud del gran Juan Soriano.

Lo que importa es que Juan no sufrió.

Y que lo visitaban sus amigos: Elena Poniatowska e hija de Diego Rivera, un gran artista mexicano.

Juan Soriano muere en febrero de 2006. Punto final. Se terminó, porque todo se termina. Desconsolación, tristeza, dolor. No hay de qué hablar. Más de treinta años con el punto culminante más banal.
A Owczarnia llegan de vez en cuando grupos de niños. Marek reparte papel y lápices de colores y los niños dibujan las esculturas de Juan Soriano. Los dibujos formaran algún día una exposición. ¿Y por qué no, si los niños dibujan tan hermoso?

Sucede también en Owczarnia que los grupos caminan entre las esculturas y sus pedagogos susurran – No toques, no se puede tocar.

Marek interviene: – Hay que tocar, solo así la escultura cobra vida. Pero no pesquen los peces de los estanques.

Juan Soriano nunca esculpió un pez. Pero decía que una escultura sin el tacto es la mitad de escultura. Incluso la gallina que sale del huevo y no nace como cualquier otro pájaro. A Owczarnia la maneja Juan. Esto a Marek le gusta mucho.

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